Una entrada al blog-submarí de Àngel i un article a Jotdown sobre l'agonia de Detroit m'han fet pensar en una cosa que vaig escriure fa temps sobre l'influència de Kraftwerk al techno de Detroit, i que pujo parcialment:
El vínculo con Kraftwerk tenía que ser aún más estrecho en una música
creada en Detroit que en la de Nueva York. La ciudad más industrial de los
Estados Unidos, lugar de nacimiento de la cadena de montaje o centro del
automóvil estadounidense, tenía que fomentar la música para perfectos robots. Y
eso que ya se encontraba en una fase de crisis, en buena medida debido a las
políticas neoliberales, con las empresas del automóvil despidiendo a multitud
de trabajadores, en una fase de transición entre la economía productiva y la
financiera, mucho menos problemática socialmente. De esa manera Detroit tomó el
testigo de los otros núcleos industriales
del mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial, Alemania y Japón (Kraftwerk,
Yellow Magic Orchestra), en la creación de una música adecuada para ese
contexto cultural de alta industrialización.
El análisis del contexto social en que se desarrolló el techno (y las
otras corrientes analizadas) no resulta caprichoso puesto que la mayor
degradación de los barrios, a esas alturas ya guetos, marcan también la
evolución del techno inicial; las fantasías futuristas aún equidistantes entre
lo utópico y lo distópico, en la línea Kraftwerk, en las cuales la tecnología
facilitaba idílicas postales de un futuro con cohetes surcando los cielos de
las ciudades y los robots desempeñando las más agotadoras tareas, por otra
línea de sonido y discurso más duro, fantástico pero presentando postales
distópicas del porvenir, con el poder político o corporativo controlando a la
población, y grupos de disidentes que se les enfrentan.
Uno de los lugares de los Estados Unidos fue precisamente Detroit. El
desmantelamiento de la economía productiva tenía que afectar obligatoriamente
al corazón industrial del país. En Detroit cada vez más personas perdían sus
trabajos y sufrían para encontrar otros en los que emplearse. Además, los
jóvenes veían como sus posibilidades se iban reduciendo, de ahí que la nueva
música que creaban (con sus ruiditos de juego arcade o de procesos informáticos
incorporados) presentara una atmósfera oscura, turbia, peligrosa, a sumar al
ritmo frenético aunque sin dirección, pura energía encerrada en bucles
potencialmente eternos. Expresaban un desasosiego existencial, equivalente al
del tech-noir, el género narrativo y
cinematográfico que unía lo cibernético con la serie negra, como en Blade Runner, película de Ridley Scott y
relato de Phillip K. Dick que marcaron hondamente a los primeros creadores de
techno.
Se trata de un mundo cercano a la corriente literaria del ciberpunk,
heredero del escritor Philip K. Dick y con el también escritor William Gibson
como máximo exponente; por su parte, la concreción de ese universo se despliega
en las películas de animación como Akira
o Ghost in the shell. Con todo, y
pese a que el futurismo de Kraftwerk tuviera un componente optimista sin dejar
de ser irónico, en el caldo de cultivo contracultural ya existía ese otro futurismo distópico, cuyo
gurú sería sin duda el escritor William Burroughs, aunque ese subgénero más
extremo se aproximaría más a la estética de Can, por ejemplo en Tago Mago o en Future Days.
Las drogas y la música servían para escapar del hundimiento industrial
fruto de la crisis energética, la acumulación excesiva de stocks y el inicio de la deslocalización efectuado por las
políticas reaganianas, una nueva ideología que chocaba frontalmente con los
intereses de las clases bajas y del proletariado. Los jóvenes de los suburbios
sufrían un durísimo presente y les aguardaba un futuro negrísimo, por lo que la
subcultura electrónica de club se presentaba como una de las pocas alegrías de
su existencia –una cultura de club por otra parte plenamente insertada en el
capitalismo, de ahí su éxito tan prolongado–. Como en el caso del electro, la
música de los cuatro teutones se reveló en realidad perfectamente adaptada a
las vivencias del gueto o de los suburbios. El neoliberalismo tecnocrático
gozará del dudoso honor de haber sido el sistema político con una mayor lista
de damnificados.
Tan importante para fijar un modelo sonoro de electrónica total, como
proponía Kraftwerk, fue el precio cada vez más barato de la tecnología
necesaria como para obtener la sonoridad requerida. Eso facilitó que muchos
jóvenes con pocos recursos pudieran comprar sintetizadores, ordenadores y
programas a un precio que podían pagar o en el mercado de segunda mano. En
consecuencia, se podía producir música de síntesis producida en las barriadas
con las que copar el mercado pop, el circuito más underground o para las pistas de baile de las discotecas.
La situación contextual descrita estaba presente en los creadores o
grupos de techno más duro y contestatario como Underground Resistance, en el
que destaca la presencia de la gran figura de este estilo: Jeff Mills. Si en la
parte textual y en la concepción sonora remitían a una estética distópica
cercana al ciberpunk, en la faceta puramente sonora seguían las pautas del
techno de Detroit genuino: depuración completa de cualquier elemento decorativo
accesorio, en un minimalismo en el que se notan trazas del concepto musical de
Steve Reich o de Terry Riley, burbujeantes loops
cruzando los breves temas repetidos como ondas concéntricas en expansión, y
secuencias repetidas completamente intercambiables, cuyos cambios delimitan la
dirección que sigue el tema, su evolución, un concepto basado en las sesiones
del discjockey, poniendo a su disposición piezas intercambiables a modular y
yuxtaponer según su criterio durante la sesión.
De esta manera, el sonido de Detroit mezclaba el groove del funky de
George Clinton (Funkadelic, Parliament) con el ritmo secuenciado, repetitivo,
industrial, de los alemanes. De la Motown a Jeff Mills. Y con ello Detroit
volvía a ofrecer un modelo musical que traducía el contexto social, cada vez
más comprensible en otros lugares del planeta a medida que los diversos
gobiernos aplicaban las políticas del binomio trágico Friedman-Reagan. Casi más
gracias a ellos dos que a Kraftwerk o a Jeff Mills, el techno llegó a convertirse
en banda sonora de la vida en el tardocapitalismo.
2 comentarios:
molt ben escrit, comparteixo
Molt bé, Àngel
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