Esperit de la missatgeria

«Había comenzado el período de Siva el Restaurador. La restauración de todo lo que hemos perdido», Philip K. Dick, Valis.

domingo, 1 de mayo de 2011

Lagrimas en la cinemateca (3), Diarios, de David Perlov

Escena 3
Diarios, de David Perlov.

Interior. Apartamento en un piso alto de un rascacielos. Horizonte marino. Mañana de sabbat.



Yael, la hija de David Perlov, llora ante la cámara. Le explica a ella, es decir, al posible público de los diarios, sus cuitas amorosas reales, situación en la que el único elemento ficticio puede venir impuesto por el dispositivo y la consiguiente sobreactuación del modelo. Ahora bien, ¿no son los ojos ajenos una especie de cámara que se interpone entre la experiencia real y contarla posteriormente? Yael Perlov confiesa al ojo del objetivo lo que considera una traición amorosa, y ese instante que moriría en su naturaleza efímera queda registrado para siempre, o al menos para la eternidad del medio cinematográfico, es decir, mientras se sigan copiando los Diarios de su padre David Perlov.
Se transforma el destino de la vivencia, en principio vaporosa hasta disolverse en el aire, es decir, el propio de las experiencias vitales, para pasar a ser una secuencia en una película, con la posibilidad existente de replicarse a sí misma hasta el infinito: el humo se convierte en roca. Lo que en origen fue un instante adolescente como tantos otros, banal pese a la naturaleza tan dramática con que se vive, se transmuta gracias al dispositivo en una secuencia eterna, más fijada que si se hubiera esculpido en mármol. ¿Qué sentirá la madura Yael, incluso la anciana Yael, cuando vea su avatar juvenil llorando por un olvidado amor? La que ya no es viendo lo que la cámara indica que fue pero que ella ni vivió así ni aún menos lo recuerda de esa manera. Si es que lo recuerda. Quizá sienta la extrañeza inquietante de quien no reconoce su propio rostro.
Además, por lo que tiene el medio cinematográfico de proyección de la mente del espectador, ya sea en la variante documental o en la de ficción, Yael pasa a ser un prototipo en el teatrillo de la pantalla que representa a todos los jóvenes sufridores sentimentales. Yael sufrió por ella misma un dolor pasajero, pero su imagen está condenada a representarlo eternamente a aquel espectador que mire los Diarios. Tal vez este espectador futuro asocie a Yael Perlov con los amores desdichados de la adolescencia.
La imagen de Yael llora desconsolada su amor frustrado para toda la eternidad. La magia del cine puede resultar terrible.

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