Ens permetrem una breu rondalla de terror per espantar a les criatures. la titularem els llops que van escurar els ossos de la caperutxeta vermella. Fa així:
«El verdadero indicio de que algo se estaba torciendo llegó cuando Paulson acudió al Congreso y presentó un decreto sobre el TARP de tres páginas que le daba un cheque en blanco por valor de 700.000 millones de dólares, sin supervisión del Congreso ni revisión judicial. En mi condición de economista jefe del Banco Mundial, yo ya había visto estratagemas de este tipo. Si eso hubiera ocurrido en una república bananera del Tercer Mundo, habríamos sabido lo que estaba a punto de ocurrir: una gigantesca redistribución desde los contribuyentes a los bancos y a sus amigos. El Banco Mundial habría amenazado con suspender toda ayuda. No podíamos tolerar que se utilizara de esa forma el dinero público, sin los controles y contrapesos normales. De hecho, muchos comentaristas conservadores argumentaron que lo que Paulson estaba proponiendo era inconstitucional. El Congreso, consideraban, no podía dar la espalda tan fácilmente a sus responsabilidades a la hora de asignar esos fondos.
Algunos responsables de Wall Street se quejaron de que los medios de comunicación estaban desquiciando las cosas denominándolo rescate. Preferían que se utilizaran eufemismos más optimistas, como “programa de recuperación” en vez de “rescate”. Paulson convirtió los activos tóxicos en “activos depreciados”, que sonaba más suave. Su sucesor, Tim Geithner, posteriormente los convertiría en “activos heredados”.
En la votación inicial, el 29 de septiembre de 2008, el decreto de TARP fue derrotado por veintitrés votos en la Cámara de Representantes. Tras la derrota, la administración Bush montó una subasta. La administración preguntó, en la práctica, a cada uno de los congresistas que se habían opuesto cuánto dinero necesitaban en donaciones a sus distritos y a sus representados para que cambiaran su voto. Treinta y dos demócratas y veintiséis republicanos que votaron “no” al decreto original cambiaron su bando para apoyar al TARP en el decreto revisado, aprobado el 3 de octubre de 2008. El cambio de voto de los congresistas fue instigado en parte por los miedos a una catástrofe económica mundial y por unas disposiciones que aseguraban una mejor supervisión, pero, por lo menos en el caso de muchos de los congresistas que habían cambiado su voto, hubo un claro quid pro quo: el decreto revisado contenía una partida de 150.000 millones de dólares en condiciones fiscales especiales para sus representados. Nadie dijo que se podía comprar por poco dinero a los miembros del Congreso.» (Stiglitz, Caída libre, pp. 228-230)
Algunos responsables de Wall Street se quejaron de que los medios de comunicación estaban desquiciando las cosas denominándolo rescate. Preferían que se utilizaran eufemismos más optimistas, como “programa de recuperación” en vez de “rescate”. Paulson convirtió los activos tóxicos en “activos depreciados”, que sonaba más suave. Su sucesor, Tim Geithner, posteriormente los convertiría en “activos heredados”.
En la votación inicial, el 29 de septiembre de 2008, el decreto de TARP fue derrotado por veintitrés votos en la Cámara de Representantes. Tras la derrota, la administración Bush montó una subasta. La administración preguntó, en la práctica, a cada uno de los congresistas que se habían opuesto cuánto dinero necesitaban en donaciones a sus distritos y a sus representados para que cambiaran su voto. Treinta y dos demócratas y veintiséis republicanos que votaron “no” al decreto original cambiaron su bando para apoyar al TARP en el decreto revisado, aprobado el 3 de octubre de 2008. El cambio de voto de los congresistas fue instigado en parte por los miedos a una catástrofe económica mundial y por unas disposiciones que aseguraban una mejor supervisión, pero, por lo menos en el caso de muchos de los congresistas que habían cambiado su voto, hubo un claro quid pro quo: el decreto revisado contenía una partida de 150.000 millones de dólares en condiciones fiscales especiales para sus representados. Nadie dijo que se podía comprar por poco dinero a los miembros del Congreso.» (Stiglitz, Caída libre, pp. 228-230)
I vet aquí un llop, vet aquí un sac (de diners), a la pobre Caputxeta s'han menjat.
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