Esperit de la missatgeria

«Había comenzado el período de Siva el Restaurador. La restauración de todo lo que hemos perdido», Philip K. Dick, Valis.

viernes, 24 de mayo de 2013

Ciutat podrida

Tras una introducción textual, Blade Runner comienza con un plano de una megalópolis tomada con una vista área; cambia el plano; en la pantalla se proyecta  un ojo en un primerísimo plano de detalle (como muchos otros del filme); en el ojo se refleja la gran urbe con sus luces y sus fuegos fatuos.


El Los Ángeles del filme de Scott, inspirado en la urbe de Metrópolis, se representa como la ciudad posmoderna por antonomasia, una megalópolis edificada con rascacielos mejor cuanto más descomunales, pastiche y refrito de culturas reunidas y en cierta medida estratificadas, como agrupadas por aluvión, el lugar sobrecargado de aparatos tecnológicos aunque de complicada habitabilidad, hecha más para las prácticas empresariales que para la existencia de los ciudadanos. Durante su historia el cine ha operado en una doble dirección de documentar las transformaciones urbanísticas, pero al mismo tiempo ha alimentado la construcción de varios imaginarios respecto a lo que se ha ido considerando ciudad y sus zonas ignotas.
Las metrópolis del posmodernismo pierden los componentes que las identifican, vinculados a su historia; se adaptan características de muchas culturas para generar un pastiche homogenizado que acaba creando un aire repetido de estética globalizada. Origen (Inception, Christopher Nolan, 2010), por ejemplo, comparte el placer posmoderno por crear la idea de comunidad imaginada cosmopolita, una ciudad ultracuerpo, copiada y multiplicada por todo el planeta, cuya única manera de diferenciarlas radica en el edificio icónico de turno; se genera una impresión de cosmopolitismo a la manera globalizada, fabricada por las multinacionales para que los altos ejecutivos se muevan por ellas. Se puede definir el edificio icónico como lo hace irónicamente Sudjic: «un edificio cultural, diseñado con una importante subvención de los fondos públicos, con la clara intención de conseguir que una ciudad desconocida salga en las páginas de las revistas de las compañías aéreas» (La arquitectura del poder. Cómo los ricos y poderosos dan forma al mundo). Lo que exista alrededor no es más que el acompañamiento para el plato principal.
Como en una versión microcósmica de la aldea global, concepto que se pondría de moda poco después de su estreno, la ciudad de Los Ángeles de Blade Runner está dividida en barrios que son países. Se siguen tradiciones arquitectónicas multiculturales superpuestas una encima de la otra. En un somero resumen, en los decorados del filme asoman elementos arquitectónicos griegos y romanos, egipcios, mesopotámicos, neoclásicos, precolombinos.
La ordenación del espacio sigue un esquema jerárquico vertical. En la lluviosa urbe de la película los niveles sociales están claramente estratificados entre el suelo de la multitudinaria plebe que vive entre tinieblas y violencia, a la que hay que reprimir, la clase media de los protectores del sistema, empleados a su servicio, como el blade runner protagonista o el constructor de replicantes Sebastián, para alcanzar finalmente la cúspide en la que se halla la dirección de la corporación Tyrrell, la fabricante de los perfeccionados robots. Allí se aposentan los grandes señores, como el demiurgo de Blade Runner. Tyrrell es el logos, el raciocinio que gobierna en la cúspide de la pirámide, gran ojo del conocimiento que todo lo ve en simbología masónica, a la que tanto le gusta el arte egipcio. La decoración del despacho de Tyrrell se nutre de una estética imitadora del arte egipcio, sugiriendo tanto el poder vertical de los faraones como el esotérico conocimiento de técnicas de inmortalidad asociadas tradicionalmente a la religión egipcia, con sus momias y estatuas animadas. En el santuario, Deckard descubre que la trabajadora de la Tyrrell, Rachel, es otro replicante. En lo más alto de la cúspide únicamente hay sitio para un humano: el todopoderoso jefe de la corporación.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una de les coses que més m'agrada de l'arquitectura (i de l'urbanisme) és aquesta capacitat de representació del món i la de ser, en ella mateixa, un món dins del món.

Si la megalòpolis de "Blade Runner" ens commou i ens impressiona i precisament perquè és un organisme viu; és, a la vegada superfície, esquelet i vísceres, com s'extreu perfectament del teu apunt.

El missatger dijo...

A mi també m'interessa molt la qualitat simbòlica de l'arquitectura, Enric.
En el cas de Blade Runner i la seva posada en escena, ho van resoldre amb gran talent, gràcies a disposar de tan bons creadors com Moebius.
Salut!