Lost como síntoma (1) Follow the leader

Las teleseries ya hace décadas que ocuparon el lugar del cine como principales espejos en los que se reflejaran los sueños de una sociedad. Productos de consumo masivo, denotan lo que anhela y lo que rechaza la audiencia media. La serie más exitosa de los últimos años, Lost, sirve como mejor ejemplo precisamente avalada por su éxito –la audiencia la ha escogido como referente. En ella se constata qué concibe como prioritario tanto la industria del entretenimiento estadounidense como el público global.
En Lost el avión que contiene a toda una microsociedad postcapitalista se estrella contra una isla desierta. El sistema se destruye y queda la supervivencia en un entorno salvaje, en el que habrá que establecer nuevas reglas hasta que alguien venga a rescatarlos. Pero las nuevas reglas calcarán las viejas. Prácticamente la primera decisión que toman los supervivientes consiste en crear líderes, de hecho la misma decisión que toman los pocos vivos en Walking dead y en tantas otras ficciones de acción americanas. Se diría que el lenguaje comercial americano no sabe funcionar sin el héroe romántico que guía a la grey. Llámese George Bush Jr., llámese Obama, poli malo y poli bueno, según el esquema de las buddy movies policiacas
Así pues, lo más importante consiste en establecer un líder… ¡y qué héroe, el de Lost! El prototipo por excelencia en el imaginario televisivo: su excelencia el doctor, salvador de vidas como profesión. Cuántas vocaciones de televidentes excesivamente impresionables habrán atraído hacia la carrera médica las teleseries. Y cuánto daño habrán hecho a la medicina real.

Alrededor del héroe se distribuyen círculos concéntricos de personajes en importancia decreciente cuanto más se alejan del líder; primero se hallan los delegados del consejo de administración, su círculo de confianza, a quienes les suceden las peripecias, con voz pero cuyo voto vale menos que el del líder (al fin y al cabo él sabe lo que les conviene); luego están los consumidores, que existen para que la empresa rinda beneficios.

Los planos cinematográficos del método clásico de Hollywood siguen esa jerarquía: el centro lo ocupa el líder-estrella-héroe, sus amigos lo rodean y el resto son extras para acabar de rellenar el plano. O el pastel. Y para morir en caso de que se necesite un poco de tensión dramática. Estos extras de Lost han de aguardar en el campamento hasta que lleguen los héroes y les expliquen la parte comunicable de sus hazañas; eso sí, realpolitik, y si la información es confidencial, se les niega, ya que la información se da o no dependiendo de lo importante del escalafón social que se ocupa; en consecuencia, el líder es quien más sabe, sus subalternos saben bastante, y aún filtran más a conveniencia los datos al comunicarse con la base de la pirámide, el resto del grupo. El fantástico como alegoría política de primer orden. Hace años lo llamaban democracia representativa, aunque ahora lo llaman calmar a los mercados.