Esa tensión interna se experimenta aún con más fuerza en el sector del
arte (o del producto cultural) que tiene asignada la tarea de proporcionar
crítica, que señala los puntos de conflicto, siendo tan necesaria como incomoda
en su papel fertilizador, como válvula de escape y como espejismo, todo en uno.
Es curioso el empeño de los sectores conservadores más cerriles por censurar el
impulso crítico del arte cuando precisamente ese mismo impulso es el que
alimenta en buena medida al capitalismo, sistema que se mantiene por su
capacidad camaleónica de asimilar postulados de sus adversarios. La falta de
entendimiento por parte de sectores liberales y conservadores del proceso del
que forman parte y se benefician no augura un buen manejo del mismo. Sería
interesante, aunque probablemente imposible de realizar, un estudio que
observase los ciclos del capital desde la perspectiva de la vitalidad del arte
más crítico. Probablemente las crisis se vean antecedidas por periodos de arte
masivo de corte escapista junto a una persecución o explícita o implícita del
arte trasgresor.
En los años sesenta se produjo uno de los momentos de cambio de
paradigmas estéticas entre lo elitista y lo popular con el Pop art, movimiento
precursor del Posmodernismo. Los creadores del Pop art, entre ellos Andy
Warhol, plantearon una concepción del arte claramente diferenciada de los
criterios modernistas en boga. En los años sesenta las dos estéticas se
yuxtapusieron en una red de teorías estéticas confrontadas. Igual que en tantas
ocasiones, los diversos grupos mostraron una actitud antitética fruto de
referirse a dos fases de la modernidad y del capitalismo: la fase modernista
por un lado y la sociedad de consumo anticipadora del Posmodernismo por la
otra.
De manera que primero el Pop art, y más adelante el Posmodernismo, ya de
una manera decidida, rompieron en buena medida la separación existente entre la
polaridad del arte elevado y del arte popular entendido como sinónimo de
kitsch, separación propia del modernismo, según apunta Huyssen (Después de la gran división. Modernismo, cultura de masas, posmodernismo, p. 274).
Para este autor, el propósito posmodernista debe desarrollarse partiendo de una
estética del compromiso político de transformación, aunque el paso del tiempo
ha demostrado que ese postulado de Huyssen fallaba, puesto que la estética
posmoderna se ha insertado completamente en la lógica del capital, careciendo
eso sí de dimensión crítica para la transformación colectiva en un sentido
político progresista. Buena parte del arte de la posmodernidad diluye las
fronteras entre lo culto y lo popular (Tarantino sería el ejemplo por
antonomasia en el cine) sin dar por ello una obra comprometida socialmente.
Así pues, la sociedad capitalista occidental posterior sobre todo a
partir de los sesenta tuvo que hacer difíciles equilibrios entre el tradicional
elitismo vinculado a muchas de las prácticas artísticas y una necesidad de ser
popular para insertarse en la dinámica del consumo masivo; no hay que olvidar
que uno de los principales sectores económicos es el de la industria cultural.
Una de las novedades que se produjo a partir de aquellos años fue el acceso de
discursos minoritarios o incluso opuestos a la corriente mayoritaria, el de las
instituciones poderosos, sean públicas o privadas.
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