Desde entonces, el interés por la sexualidad sadomasoquista ha ocupado un
generoso lugar en el discurso mayoritario institucional. Un hilo (de
terciopelo) conecta la estética sadomasoquista en la hieraticidad de la imagen
de la Velvet, protegidos sus componentes por gafas de sol, el látigo de Malanga
y los pantalones de cuero y los collares con tachuelas para perros del punk. O ejemplos sonoros que parten de
la «Venus in Furs» de la Velvet, sigue con los herederos Iggy Pop y los
Stooges, con su «I wanna be your dog», para pasar a la versión que hicieron los
españoles Parálisis Permanente en clave de rock siniestro after punk.
Pero a partir de finales de los ochenta este entramado de sensibilidades
todavía subterráneas para el gran público pasa a ser modo institucional
mayoritario, El sadomasoquismo ha acabado entrando dentro de la lógica del
capitalismo posmodernista, material de pornografía variada (soft, hardcore) y de renovación del
vestuario a la moda, como ya acertaron a ver en la propia Factory o Malcom
McLaren para los Sex Pistols. La aceptación de la estética sadomasoquista a
través de la narcisista y hedonista cultura de club, con Madonna como espoleta,
demuestra un gran cambio social, incrementado con la masificación del
sentimiento gótico representado por Marilyn Manson y su versión rebajada la
carga subversiva de Lady Gaga, limadas las puntas de lo que tenía el
sadomasoquismo de liberación de las costumbres en un sentido de apertura de
nuevas maneras de relacionarse y de practicar la creación continua, según lo
interpretaba Michel Foucault en una entrevista incluida en Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales Vol. 3.
Los creativos de la Velvet Underground iban más en este sentido de
experimentación que con un negocio tardocapitalista potenciando el hedonismo
del consumidor. Han sido necesarios 50 años para que la intuición del grupo, su
uso de la sexualidad masoquista como motivo de inspiración, alcance la cultura
mayoritaria, sin todavía perder potencia en una esfera más underground, o cuanto menos indie
–el tema se repite por ejemplo en varias ocasiones en Last days (Gus Van Sant, 2005)–. Es decir, que sigue siendo
relevante para reflejar cierta atmósfera y como exploración de nuevas formas de
concebir lo humano.
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