Esta fotografía de Denis Farrell publicada por La
Vanguardia el veinte de mayo del 2008 ilustra
un episodio de disturbios xenófobos en Sudáfrica. En ella, puede observarse
como un policía apunta con su escopeta a un hombre. Se trata de una muestra más de la estética gráfica
de la violencia, cuyo rastro puede seguirse en muchos de los conflictos bélicos
de este siglo y del pasado.
Ilustra la
tensión social provocada por las desigualdades económicas, con sus movimientos de
población y los consiguientes ataques xenófobos (en este caso no racistas)
contra minorías inmigrantes. La violencia está larvada y se manifiesta más como
una revuelta popular que como una guerra explícita. Tras años de ir
calentándose lentamente, entra en hervor de súbito durante unos cuantos días
demenciales, antes de cobijarse bajo el suelo y esperar con paciencia otro
ataque futuro. Sus referentes históricos pueden ser los coches quemados en las
Banlieues, las diversas revueltas en los sesenta con la culminación en el 68, o
los disturbios en Los Ángeles del 65 o del 92.
La fotografía de Farell tiene fuerza y es descriptiva, al menos en
apariencia, porque si se leía la noticia se descubría que en Sudáfrica había sucedido justo lo contrario de lo sugerido en la imagen: los agentes del
orden no pudieron frenar aquellos disturbios. Contradictoria, la fotografía puede interpretarse
de varias maneras. Por un proceso de simpatía hacia el débil, el observador
puede sentir compasión hacia el hombre del suelo. Esa es la reacción tras la primera
ojeada, al considerarlo como una nueva víctima de la brutalidad policial, lo
que lo emparentaría con los disturbios del 92 en Los Ángeles, provocados por la
paliza policial a Rodney King, o los de París del 2005 después de la muerte de
dos adolescentes por similares motivos.
Sin embargo, si se lee el pie de la fotografía y la noticia con mayor
detenimiento, se tomaba conciencia de lo erróneo de la primera impresión: el caído fue uno
de los agitadores cuyo objetivo era agredir a inmigrantes de Zimbaue y otros
países africanos. Entre otros delitos, los alborotadores asesinaron durante aquellos disturbios del 2008 a más de veinte personas, desmembrados o calcinados entre otras
atrocidades. Así pues, el que estaba en el suelo era más un inconsciente agente
del caos que un pobre mártir. Tiene más de Robespierre que de Martin Luther
King.
En cuanto a sus elementos secundarios, la fotografía ofrece mucha
información sobre la estructura económica de la globalización y sus desmanes,
desde un cartel publicitario de Coca-Cola, multinacional por antonomasia, que
se cuela en una de las esquinas de la imagen, hasta el vestuario de los dos
protagonistas: el alborotador en el suelo vestido con unos tejanos anchos, como
si estuviera en el Bronx, vestuario obviamente no originario de Sudáfrica e
impropio de África, hasta el uniforma del agente, muy militarizado y que da la
impresión de seguir la moda estadounidense iniciada en Irak, con sus tonos arenosos.
Además, lleva una doble o triple cartuchera, dos en la cintura y una en la
pierna, y un tamaño de cartuchos digno de una escopeta para elefantes. A tenor de la imagen, no sorprende que algún año después, durante las protestas de mineros, la policía sudafricana matara a decenas de personas.
El vestuario de los dos protagonistas me parece especialmente revelador
de la importancia de los medios. Los dos parecen estereotipos surgidos de la
estética actual, extras de una película de serie B rodada en países lejanos. La
curiosa mezcla cultura del policía es muy interesante, con su innecesaria
acumulación de armas con la que pretende transmitir una sensación de seguridad
a los ciudadanos y disuadir a los instigadores de la revuelta.
No obstante, la impresión de película de serie B se desvanece cuando se
observa el resto del decorado. Como al empatizar con el caído, el espectador
yerra en su primera impresión. El drama sucede en un barrio marginal del
llamado tercer mundo. Nadie en Hollywood, ni siquiera los de las películas de
bajo presupuesto o las independientes, rodaría una película sobre ellos.
Igualmente, la economía global exporta Coca-Colas a todos los rincones del
globo terráqueo pero no calles asfaltadas o, cuanto menos, adoquinadas. De
hecho, los adoquines de esta calle apenas cubren la mitad de la superficie,
algunos de ellos medio levantados, igual que el cemento de la acera. Además, la
casa parece endeble, construida con tablones de madera o chapa.
3 comentarios:
Miri vostè, el nivell dels periodistes d'aquest país és tan baix, que ja no ve d'ací.
Aquesta i moltes altres formen part de l'allau d'imatges a què estem sotmesos contínuament. Cal ser molt curosos amb els peus de foto, les agències en qüestió i tot plegat. Ja ens han ensarronat tants cops...
Doncs jo crec que a Espanya / Catalunya hi ha grans periodistes, Josep. El que no funciona són les capçaleres, marcades pels interessos creats. El més paradoxal del cas és que algun d’aquests bons periodistes és director d’una capçalera, i actua amb més tendenciositat que ningú (la seva signatura té una lletra entre nom i cognom). La vida està plena de contradiccions.
David: em continua fascinant com pot portar a tants equívocs una imatge que aparentment il•lustra de manera immillorable un conflicte (el tòpic de la imatge i les mil paraules): al final resulta que sense paraules la imatge és o il·legible o equívoca.
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