Esperit de la missatgeria

«Había comenzado el período de Siva el Restaurador. La restauración de todo lo que hemos perdido», Philip K. Dick, Valis.

jueves, 8 de marzo de 2012

Tiempo transformado en arruga (1/2)



En 1982 el teórico del arte John Berger y el fotógrafo Jean Mohr publicaron Otra manera de contar, libro que pretendía trazar un periplo fotográfico y ensayístico por formas de vida campesina, ese extraño cuerpo social incrustado en la civilización postinudstrial, capitalista y altamente tecnificada del presente, uno de los sectores de la sociedad más olvidados en el discurso colectivo vigente. En la página 259 se incluye el retrato de una anciana tunecina. Pero el poder de esa fotografía no se circunscribe únicamente a las condiciones contextuales e informativas, el studium en términos barhesianos, desplegado en los ensayos y el resto de fotografías, en los cuales se profundiza al respecto de las condiciones sociológicas de la clase social campesina.
Pero en ese conjunto de datos no se encuentra el poder de fascinación de la fotografía, éste se halla en la fuerza visual de la imagen y lo que sugiere, marcada en los surcos profundísimos de la cara, tan hondos como una más que probable dureza existencial soportada por la anciana. El rostro se ofrece a modo de máscara, tal y como apunta Barthes a propósito del retrato del antiguo esclavo negro William Casby realizado por Avedon; el primerísimo plano de la anciana tunecina facilita que el espectador se ensimisme en la contemplación de las texturas de la carne, transformada la cara en una obra abstracta de gran geometrismo y efecto matérico, fascinando con sus dobleces, sus ocultaciones, la dureza costrosa de una piel que ya es más cuero que epidermis. Esa faceta material se perdería en caso de una perspectiva más alejada.
Y todavía le falta un aspecto para acabar de revelar su magia y el talento de Mohr. Se trata del destello punzante del rayo de luz que se cuela en el plano por la izquierda de la fotografía, iluminando medio rostro y centelleando en la pupila. La anterior descripción, que podría parecer un rapto lírico florido y, como resulta habitual en estos casos, apelando a un sentimentalismo tan universal como fatuo, se concreta en la realidad visible y dolorosa de la instantánea mostrada.
El talento de Mohr lo logra y utilizando elementos aún más sutiles que los mencionados por Barthes en su ensayo, en los que normalmente el punctum se obtiene por un detalle en segundo plano, una combinación desconcertante, un fuera de plano imaginado. En este caso se trata de evanescente luz y sus efectos en un rostro trabajado por las experiencias, lo más sutil en lo más denso, concretando en una imagen el que acaso sea gran tema del pensamiento occidental desde Platón, la supuesta polaridad entre el cuerpo y el alma, entre la materia condensada en una faz trabajada durante décadas por el entorno y un alma, entendida en la doble vertiente del espíritu, la luz, y lo anímico, su reflejo en el ojo. La fuerza de una imagen en que se sintetizan aparentes contrarios.
En pocos ejemplos el valor del punctum que Barthes adjudica a la fotografía como plasmación del Tiempo queda tan evidentemente concretado. Retrata el proceso biológico entendido no sólo desde su vertiente científica sino también como fenómeno casi alquímico, el Tiempo como artífice de la caprichosa curva, moldeador de la decadencia física humana, los avatares existenciales cristalizados en los pliegues. Si toda fotografía es muerte, la de un anciano es más muerte, o muerte más aflorada, representante por tanto del conjunto de la humanidad, personificación del inevitable destino de todos, pero al mismo tiempo la liviandad de la luz resplandeciendo en la una de las pupilas, mientras en el perfil opuesto la oscuridad empieza a tragar a la figura. Luz y carne, espíritu y materia. La anciana que mira al espectador y es máscara de la muerte, máscara ejecutada con tenacidad por el Tiempo y las circunstancias (...)

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