Escena 1
Chica llorando, de Rotari, y Máscara de chica desaliñada llorando, de Rodin
Mediodía en el jardín de un palacio renacentista.
Para explicar las diferencias entre los retratos pictóricos o escultóricos respecto al cinematográfico utilizaremos uno de los motivos que concretan esas diferencias de una manera tan contundente como poética: las lágrimas. Puede congelarse un instante fotográfico de una persona llorando, puede representarse mediante algún elemento simbólico, pero sólo en el cine se puede mostrar el deslizar de una lágrima por la cara, no el instante perfecto suspendido en un instante mágico sino precisamente lo contrario: su desarrollo durante unos segundos, grabando una acción que se desarrolla tanto en la dimensión temporal como en las físicas. Para ello, tomaremos como ejemplo el rostro femenino, puesto que en una cultura de origen patriarcal el motivo iconográfico se ha aplicado generalmente a ellas. Los hombres pelean, las mujeres lloran.
El lienzo del artista barroco Pietro Antonio Rotari, la Chica llorando, puede servir como ejemplo paradigmático de los retratos pictóricos previos a la disolución de la figura; en él, se constatan las convenciones italianas planteadas por Alberti y el perspectivismo, con la atención a la figura humana representada idealmente. En el caso particular de esta obra se sitúa al personaje en una situación tan humana como llorar. Ahora bien, se hace mediante un modelo iconográfico emblemático compartido tanto por el autor como por el receptor, a riesgo de no entender la pintura en caso contrario.
No se observa a la mujer llorando sino llevándose un pañuelo a la cara, de manera que pintor y público han de dominar el campo simbólico y colegir la relación existente entre las lágrimas y el pañuelo. La relación de pesar queda sobreentendida debido a la elección de temas de la escuela italiana con la norma del decoro: un resfriado resultaba imposible dada la elección de temas de tipo dramático del código renacentista, que postergaba la cotidianidad más banal a favor de los temas heroicos, más aún si se trataba de una faceta física tan poco digna como los procesos corporales.
Mediodía en el jardín de un palacio renacentista.
Para explicar las diferencias entre los retratos pictóricos o escultóricos respecto al cinematográfico utilizaremos uno de los motivos que concretan esas diferencias de una manera tan contundente como poética: las lágrimas. Puede congelarse un instante fotográfico de una persona llorando, puede representarse mediante algún elemento simbólico, pero sólo en el cine se puede mostrar el deslizar de una lágrima por la cara, no el instante perfecto suspendido en un instante mágico sino precisamente lo contrario: su desarrollo durante unos segundos, grabando una acción que se desarrolla tanto en la dimensión temporal como en las físicas. Para ello, tomaremos como ejemplo el rostro femenino, puesto que en una cultura de origen patriarcal el motivo iconográfico se ha aplicado generalmente a ellas. Los hombres pelean, las mujeres lloran.
El lienzo del artista barroco Pietro Antonio Rotari, la Chica llorando, puede servir como ejemplo paradigmático de los retratos pictóricos previos a la disolución de la figura; en él, se constatan las convenciones italianas planteadas por Alberti y el perspectivismo, con la atención a la figura humana representada idealmente. En el caso particular de esta obra se sitúa al personaje en una situación tan humana como llorar. Ahora bien, se hace mediante un modelo iconográfico emblemático compartido tanto por el autor como por el receptor, a riesgo de no entender la pintura en caso contrario.
No se observa a la mujer llorando sino llevándose un pañuelo a la cara, de manera que pintor y público han de dominar el campo simbólico y colegir la relación existente entre las lágrimas y el pañuelo. La relación de pesar queda sobreentendida debido a la elección de temas de la escuela italiana con la norma del decoro: un resfriado resultaba imposible dada la elección de temas de tipo dramático del código renacentista, que postergaba la cotidianidad más banal a favor de los temas heroicos, más aún si se trataba de una faceta física tan poco digna como los procesos corporales.
Si en la obra de Rotari se exponía una humanidad idealizada, en el ejemplo escultórico elegido, en la de Rodin el artista se permitió modificar las formas humanas, escoger sólo aquello que le interesaba, el rostro, suprimiendo el resto. Completó la representación esculpiendo un instante eterno ideal, el instante congelado propio del género escultórico, mientras que el talento de Rodin hizo aportar una cualidad temporal imaginada al hacer notar el rastro de la lágrima, un franja vertical blanca que une el ojo con la boca. La rotundidad tridimensional aporta otro elemento específico de la escultura que no se puede valorar convenientemente al analizarse desde una fotografía y no desde la propia escultura en sí (de hecho, se produce una variante interesante, puesto que se trata de una fotografía registrando a una escultura, con lo cual se modifican las características tridimensionales volumétricas de la escultura).
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