En su ópera prima como largometraje, Vinieron
de dentro de (Shivers, David
Cronenberg, 1975), el director canadiense escogió la trasgresión, con una
fantasía sobre lo sexual y lo dionisíaco, muy cargado de resonancias
freudianas. Expuso los temores sexuales de la mentalidad conservadora, un
material psicológico latente hecho fantasía visual. El tono social de
Cronenberg es crítico hacia la sociedad pero sin dogmatismo ideológico. «Cronenberg
no cree que su obra sea política, pero al considerarla como una fuerza que
establece orden dentro del caos social, establece un vínculo con el arte,
porque este está inmerso también en la estructura social» (Gorostiza , J., y
Pérez, A. (2003), David Cronenberg,
Madrid, Cátedra, 2003 , p. 30).
El filme está ambientado en un edificio casi autónomo y de apartamentos
lujosos. Un investigador universitario ha obtenido una beca para dar con un
parásito que colabore en el buen funcionamiento del organismo; sin embargo, los
resultados no son los esperados, y el profesor acaba matando a una mujer y
suicidándose. Mad doctor, la cosa se
le ha ido de las manos y ha creado un peligroso parásito que se distribuye
especialmente mediante las diversas variedades de prácticas sexuales, un
dominio de eros que los parásitos estimulan hasta que posee por entero a la
voluntad de la gente. Según su creador, el parásito combina el afrodisíaco con
la enfermedad venérea y provocara que la existencia pase a ser una orgía
interminable. Las formas de sexualidad que explora la película están claramente
marcadas por la violencia, con Eros y Tánatos hermanados. Según se desprende
del filme, un virus vinculado a la sexualidad exacerbada lo tiene todo para
propagarse sin freno.
Los personajes de Vinieron de dentro de… dan la impresión
de tener múltiples conflictos de
relación, fieles ciudadanos del tardocapitalismo, burgueses marcados por la
sexualidad y su interpretación freudiana-lacaniana. El portador del parásito lo
ha adquirido en contacto con una mujer licenciosa con la cual engaña a su
esposa. El hombre se comporta como un egoísta que distribuye parásitos sin preocuparse
por las consecuencias de su proceder. De hecho establece una relación amical
con los huéspedes que porta en sus intestinos.
El protagonista, último superviviente en el bloque de apartamentos de
lujo, representaría lo apolíneo en una versión cientificista racionalista;
hasta el final, intenta imponer un orden, reprimir, legislar en la selva
ilimitada de las pulsiones sin que pueda contener de ninguna manera a Dionisos,
lo que se plasma en esas imágenes finales, en que los vecinos, a la manera del cortejo
del dios, rodean al moderno Penteo en el césped y luego acaban lanzándolo a la
piscina, lo fluido por antonomasia, a una orgía en la que le transmitirán el
parásito.
En la conclusión del filme se escenifica el gran temor para lo apolíneo: que el
superego patriarcal quede a disposición del Ello asilvestrado. En el noticiario
final, se adivina la reacción para impedir la propagación, de fracaso predecible.
La interpretación de la película como una crítica a la represión burguesa
de lo sexual no exime de una alerta sobre la potencia peligrosa de esa energía
primaria, tal y como apunta González-Fierro (González-Fierro, J.M., D. Cronenberg. La estética de la carne,
Madrid, Nuer, 1999, p. 43). Pero para no caer en las acusaciones a Cronenberg
de reaccionario (como se hizo durante mucho tiempo), no hay más que comparar
este filme con el subgénero del psychokiller,
el subgénero de terror por excelencia durante el reaganismo, caracterizado por
la muerte invariable de aquellas parejas practicantes de sexo. En plena resaca
de la liberación sexual, Vinieron de
dentro de… muestra sus límites y riesgos.
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